Una historia de perseverancia y paciencia

La Mujer y el León.
Cuento tradicional de Etiopía
(Revista Mente Sana)

Una leyenda etíope cuenta la historia de un hombre y una mujer, ambos viudos y todavía jóvenes, que se enamoraron y se casaron. La alegría de la mujer fue grande cuando se fue a vivir a la casa de su nuevo marido, especialmente porque él tenía un hijo y ella siempre había deseado un niño. Ahora ya tenía el primero. Pero el niño todavía lloraba la muerte de su madre y se mostraba hostil con su madrastra, rechazando sus afectos. Rehusaba su cocina, rasgaba su costura y se apartaba de su bondad y sus atenciones. La excluía completamente y ni siquiera le hablaba.
Transcurrido un tiempo, la mujer, llena de decepción y tristeza, fue a buscar la ayuda de un hechicero que vivía en una colina cercana.
-¡Por favor, prepárame una poción de amor para que mi hijastro me quiera! -le suplicó la mujer desesperada.
-Puedo preparártela -le contestó el hechicero-, pero los ingredientes son muy difíciles de obtener. Debes traerme tres pelos del bigote de un león vivo.
La mujer imploró diciendo que era imposible, que sería devorada, pero el hechicero insistió en que era la única forma. Se fue afligida pero decidida a no abandonar.
Con el nuevo día, cogió un cuenco con mucha comida y se dirigió a un lugar donde vivía un gran león. Y esperó. Pasado un tiempo, lo vio venir. Al oír su rugido, dejó caer el cuenco y huyó. A la jornada siguiente, fue otra vez a la morada del león con más comida, esperó a que apareciera y dejó el cuenco antes de irse. Cada día le dejaba más cerca la comida y esperaba un poco más antes de irse. En una ocasión decidió esperar a que el león comiera la carne para mirarle desde la distancia. Otro día se puso lo bastante cerca como para poder oír su respiración y, al cabo de un tiempo, se acercó tanto que podía olerlo. Cada vez le decía palabras suaves. Después de mucho, mucho tiempo, ya podía quedarse cerca de él  mientras comía.
Y llegó el momento en que el león se mostraba más tranquilo en su presencia; se estiraba y dejaba que le acariciara su pelaje, ronroneando feliz. La joven mujer decidió que entonces podía cumplir con su propósito. Mientras acariciaba la espalda y la cabeza de la bestia, hablándole suavemente, tomó tres pelos de su bigote sin que lo notara.
-Gracias querido amigo -le dijo-. Y se fue derecho a la cabaña del hechicero quien se mostró encantado de que le hubiera traído, al fin, los ingredientes mágicos.
-Aquí los tienes, te he traído los pelos de un león vivo -anunció. Y los entregó al hechicero que estaba sentado fuera de su cabaña frente al fuego.
-En efecto, los tienes -dijo el hechicero, sonriendo, mientras examinaba los tres pelos. E inmediatamente, y ante la mirada atónita de la mujer, los tiró al fuego.
-¿Pero qué has hecho? -le gritó ella-. Eran para la poción de amor que quería que hicieras. ¿Puedes imaginarte qué difícil ha sido para mí obtenerlos? Me he llevado meses ganarme la confianza del fiero león.
-¿De verdad crees que el amor y la confianza de un niño pueden ser más difíciles de obtener que los pelos de una bestia salvaje -le preguntó a la mujer-. Vete a casa y piensa lo que has logrado.
La joven mujer comprendió. Reconoció su hazaña, su espera paciente a lo largo de los meses y sus intentos graduales de acercarse al león. Ella misma había cambiado durante el intento. Ahora la aproximación a su hijastro sería diferente. Esperó, segura y confiada, se acercó a él poco a poco respetando su ritmo y su territorio, sin invadirle, y sin, por eso, dejarlo por imposible. Tras un tiempo, el niño la aceptó como su madre y la dejó entrar en su corazón.

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