Por Roxana Vázquez Rueda
Ayer, viendo la película “La espada en la piedra”,
llamó mi atención una escena que me hizo reflexionar…
Merlín, convierte a Arturo en ardilla y mientras esté,
recorre el bosque, una ardillita (hembra) lo ve, e
inmediatamente se lanza a la conquista. Arturo, le
dice: “Vete ardilla, yo no soy ardilla, soy muchacho”.
La ardillita no le entiende y sigue en su conquista.
Arturo, sintiéndose acosado, le pide a Merlín le
devuelva su cuerpo, trasformándose nuevamente en
muchacho. La ardillita, lo mira sorprendida mientras
Arturo le dice: “¿Ves? Yo nunca te mentí. Te dije que
era un muchacho”. Y se fue de ahí, sin remordimiento.
La ardillita se quedó llorando, desilusionada…
¿Te recuerda a
alguien esta historia?
No fue como
“lo imaginé”
La desilusión, es exactamente esto: Cuando perdemos
la ilusión ante lo que no quisimos escuchar o sólo
vemos, sin detenernos a observar; creando en nuestra
mente una mera fantasía.
El caso más común son las relaciones de pareja, donde
idealizamos a las personas, negando todo razonamiento.
Podríamos argumentar, que todo esto también está
condicionado por nuestro cerebro, como un recurso para
hacernos sentir felices; en donde la dopamina y la
oxitocina (moléculas del placer y la satisfacción) juegan
un papel predominante.
Sin embargo, nos evitaríamos muchos malos ratos
si, antes de involucrarnos sentimentalmente, nos
conociéramos mejor.
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